Una de las prioridades del maestro dentro del aula es hacer que su alumno aprenda. Por mucho tiempo, este aprendizaje se ha enfocado en desarrollar destrezas tales como: memorización, razonamiento matemático, lectura, escritura, entre otros. Pero debemos tomar en cuenta que las personas somos más que conocimiento y habilidades académicas, tenemos también un área emocional que necesita ser atendida y desarrollada.
Generalmente, cuando tenemos un alumno que destaca en estas destrezas cognitivas y obtiene buenas calificaciones, se identifica como un estudiante inteligente. Sin embargo, el concepto de inteligencia es mucho más amplio. En la época de los noventas, los psicólogos estadounidenses: Daniel Goleman, Salovey y Mayer definieron la inteligencia emocional como la manera en que las personas conocemos, interpretamos, manejamos emociones y las utilizamos para relacionarnos con los demás.
La inteligencia emocional tiene varias dimensiones:
- Autoconocimiento: reconocer nuestras emociones, nuestros estados de ánimo y cómo nos influyen.
- Control de sí mismo (Autorregulación): manejar adecuadamente las emociones e impulsos.
- Motivación: orientar y avanzar hacia nuestros objetivos a pesar de los obstáculos que encontremos para llegar a ellos.
- Empatía: reconocer los sentimientos, necesidades e intereses de los demás. Ser capaces de ponernos en su lugar para comprenderlos.
- Habilidades sociales: ser capaces de relacionarnos de manera sana con los demás, poder solucionar conflictos, comunicarnos adecuadamente, trabajar en equipo, etc.
Según expresó Daniel Goleman: “En el mejor de los casos, el CI parece aportar tan sólo un 20% de los factores determinantes del éxito”. (El CI es el Coeficiente intelectual y representa las habilidades cognitivas). Esta afirmación nos deja entre ver que el desarrollo de todas estas dimensiones descritas anteriormente es vital para lograr el éxito y la felicidad en la vida.
Sin embargo, a pesar de ser tan importante muchas veces la inteligencia emocional es olvidada dentro de los procesos educativos. El ambiente escolar y el aula son lugares ideales para aprender destrezas emocionales y para relacionarnos con los demás a través de lo que ocurre en el día a día.
Entonces, ¿de qué manera se puede desarrollar la inteligencia emocional en el aula? A continuación, encontrarás algunos consejos prácticos:
- La parte emocional e intelectual de los estudiantes van de la mano, no se pueden separar.
- Como maestro, conviértete en un modelo saludable. Trabaja en tus emociones y en el manejo de estas.
- Brinda a los alumnos espacios en los que puedan expresar cómo se sienten y hazles sentir escuchados.
- Ayuda a los estudiantes a reconocer y nombrar las diferentes emociones.
- Usa recursos como historias, cuentos y fábulas para analizar junto con ellos cómo se sienten los personajes, cómo solucionaron los problemas, de qué manera manejan sus emociones, etc.
- Puedes usar fotografías, dramatizaciones, escenas de la vida diaria o situaciones para discutir sobre las dimensiones de la inteligencia emocional.
- Realiza actividades donde los estudiantes puedan expresarse a través de medios como la música, el arte, danza, literatura, etc.
- Fomenta actividades de convivencia dentro del salón de clases.
- Desarrolla la empatía.
- Promueve la expresión sana de las emociones.
- Evita usar frases como “los niños no lloran”, “no te sientas así”, “no debes estar triste”, “es malo enojarse”, entre otras. En lugar de ello, valida sus sentimientos.
Al desarrollar el área emocional de los niños o jóvenes se beneficia la convivencia escolar, mejora el aprendizaje de todo lo demás, se reduce el fracaso escolar, se brinda seguridad, se mejora el comportamiento dentro del aula, los estudiantes se motivan, mejoras la atención en clase, se reduce el estrés y se protege la salud mental.
“Educar la mente, sin educar el corazón, no es educar en absoluto” (Aristóteles)
Colaboración: Licda. María Edith Manzano, CIIMA Consultores, ciimaconsultores17@gmail.com, https://m.facebook.com/ciima.consultores/