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Oda a Guatemala

Poemas dedicados al país de la eterna primavera, Guatemala.

Intermedio

AÑOS
Por Redacción Educativa

 

Guatemala hoy te canto.

Sin razón, sin objeto,

esta mañana amaneció tu nombre enredado a mi boca,

verde rocío, frescura matutina,

recordé las lianas que atan con su cordel silvestre

el tesoro sagrado de tu selva.

 

Recordé en las alturas los cauces invisibles de tus aguas,

sonora turbulencia secreta, corolas amarradas al follaje,

un ave como súbito zafiro,

el cielo desbordado, lleno como una copa de paz y transparencia.

Arriba un lago con un nombre de piedra.

Amatitlán se llama.

Aguas, aguas del cielo lo llenaron,

aguas, aguas de estrellas se juntaron

en la profundidad aterradora de su esmeralda oscura.

En sus márgenes las tribus del Mayab sobreviven.

 

Tiernos, tiernos idólatras de la miel,

secretarios de los astros,

vencidos vencedores del más antiguo enigma.

 

Hermoso es ver el vestido esplendor de sus aldeas,

ellos se atrevieron a continuar llevando resplandescientes túnicas,

bordados amarillos, calzones escarlatas,

colores de la aurora.

Antaño, los soldados de Castilla enlutada sepultaron América,

y el hombre americano hasta ahora se pone la levita del notario extremeño,

la sotana de Loyola.

España inquisitiva, purgatoria, enfundó los sonidos y colores,

las estirpes de América, el polen, la alegría, y nos dejó su traje de salmantino luto,

su armadura de trapo inexorable.

 

El color sumergido sólo en ti sobrevive,

sobreviven, radiosos, los plumajes,

sobrevive tu frescura de cántaro, profunda Guatemala,

no te enterró la ola sucesiva de la muerte,

las invasoras alas extranjeras,

los paños funerarios no lograron ahogar tu corola de flor resplandeciente.

 

Yo vi en Quetzaltenango la muchedumbre fértil del mercado,

los cestos con el amor trenzados,

con antiguos dolores, las telas de color turbulento,

raza roja, cabezas de vasija, perfiles de metálica azucena,

graves miradas, blancas sonrisas como vuelos de garzas en el río,

pies de color de cobre, gentes de la tierra,

indios dignos como monarcas de baraja.

 

Tanto humo cayó sobre sus rostros,

tanto silencio que no hablaron sino con el maíz,

con el tabaco, con el agua,

estuvieron amenazados por la tiranía hasta en sus erizados territorios,

o en la costa por invasores norteamericanos que arrasaron la tierra,

llevándose los frutos.

 

Y ahora Arévalo elevaba un puñado de tierra para ellos,

sólo un puñado de polvo germinal, y es eso, sólo eso,

Guatemala, un minúsculo y fragante fragmento de la tierra,

unas cuantas semillas para sus pobres gentes,

un arado para los campesinos.

Y por eso cuando Árbenz decidió la justicia, y con la tierra repartió fusiles,

cuando los cafeteros feudales y los aventureros de Chicago

encontraron en la casa de gobierno no un títere despótico, sino un hombre,

entonces la furia, se llenaron los periódicos de comunicados: ardía Guatemala.

Guatemala no ardía.

 

Arriba el lago Amatitlán quieto como mirada de los siglos,

hacia el sol y la luna relucía,

el río Dulce acarreaba sus aguas primordiales,

sus peces y sus pájaros, su selva, su latido desde el aroma original de América,

los pinos en la altura murmuraban, y el pueblo simple como arena o harina pudo,

por vez primera, cara a cara conocer la esperanza.

 

Guatemala, hoy te canto,

hoy a las desventuras del pasado y a tu esperanza canto.

A tu belleza canto.

Pero quiero que mi amor te defienda.

Yo conozco a los que te preparan una tumba

como la que cavaron a Sandino.

Los conozco. No esperes piedad de los verdugos.

Hoy se preparan matando pescadores, asesinando peces de las islas.

Son implacables.

 

Pero tú, Guatemala, eres un puño y un puñado de polvo americano con semillas,

un pequeño puñado de esperanza.

Defiéndelo, defiéndenos, nosotros hoy sólo con mi canto,

mañana con mi pueblo y con mi canto acudiremos a decirte «aquí estamos»,

pequeña hermana, corazón caluroso, aquí estamos dispuestos a desangrarnos para defenderte,

porque en la hora oscura tú fuiste el honor, el orgullo la dignidad de América.

 

Autor: Pablo Neruda