La niña del Día de finados

Según la tradición oral guatemalteca, en el atrio de la Catedral, todos los años ocurre algo misterioso. Aparece una dama vestida de negro de delicada figura. Se le ve antes del último toque que llama a la misa de seis en la puerta principal de San Sebastián. Algunos se han vuelto locos con la jugada que les ha hecho el destino al revelarles que el alma de esta ilusión descansa en paz desde hace tiempo en alguna tumba del Cementerio General. Es precisamente el Día de Todos los Santos  Fieles Difuntos cuando se celebra el aniversario de su muerte.

 

Esta es la historia…

 

A finales del siglo XIX, Francisco Velásquez vivía por el Barrio de la Parroquia Vieja con Ana, su abuela materna, quien todas las tardes vendía chuchitos y enchiladas en la puerta de la Candelaria durante «la hora santa».

Ocupaban una casa grande en la Avenida Central, única herencia de los padres de Francisco, a quienes nunca conoció.

 

Una mañana, Francisco se dirigía a la Escuela de Derecho, cuando pasó por el Barrio de San Sebastián, entró a la iglesia y después de una oración rápida continuó su camino. Cuando atravesaba la Alameda, vió a una mujer vestida de negro, que caminaba apresurada en dirección contraria. Cruzaron miradas y él pudo notar que sus ojos reflejaban angustia. La siguió con la mirada hasta que se perdió en el templo.

 

No pudo prestar atención a las clases. Pensaba en la mujer que había visto, su belleza, fragilidad y tristeza lo tenían impresionado. Desde ese día, Francisco estaba siempre en la puerta principal de la alameda de San Sebastián, antes del último toque para la misa de seis.

 

Intentó averiguar sobre la desconocida, pero nadie le dio razón. Incluso invitó a sus amigos a esperarla en la iglesia, pero no apareció. Todos pensaban que eran ilusiones de él.

 

Una tarde, en la presentación de la ópera Carmen, de Bizet, en el Teatro Colón, Francisco pudo distinguir entre las personas del palco, a la bella dama de San Sebastián. Intentó seguirla entre la multitud, pero la perdió. Pasaron meses sin que volviera a verla hasta un día en que él acompañó a su abuela a vender coronas de ciprés a la Catedral. La mujer, vestida de negro se acercó a él y le pidió la última corona que tenía. Cuando le quiso pagar él rechazó dinero, ella sonrió y le dio una cadena de oro con un nombre y una dirección. Le pidió que llegara a buscarla el jueves entrante a las 3 de la tarde. Y luego, se perdió entre la muchedumbre.

 

Por fin llegó la fecha tan esperada. Se arregló lo mejor que pudo y partió rumbo a la dirección que indicaba el papel. Al llegar, tocó la puerta y la entreabrió una anciana. Francisco la saludó y preguntó por Mercedes Aragón agregando que ella lo esperaba.

 

La señora empalideció y Francisco insistió, hasta la señaló en un cuadro que la señora tenía en la sala de su casa, indicándole que era ella, la joven del retrato. La señora empezó a llorar y entre sollozos le indicó a Francisco que ella era su hija y que había fallecido hacía ya un año. Justo a esa hora.

 

Francisco no lo podía creer y le contó que justo la había visto el 2 de noviembre en la Catedral y la venía encontrando en la calle hacía ya varios meses. Ella le contó que sus honras fúnebres fueron a San Sebastián, en la capilla de la Virgen del Manchén. La sepultaron vestida de su color favorito, el negro y llevándose únicamente esa cadenita, precisamente la que él había llevado ese día.

 

La señora estaba terminando de rezar y se dirigía al cementerio, le pidió a Francisco que la acompañara. Este accedió. llegaron al cementerio y se pararon frente a una baldosa de mármol rodeada por una verja de hierro forjado. A los pies de un angel que meditaba se leía «Mercedes Aragón». La anciana empezó a orar y Francisco la imitó. Rezó con profundidad junto a aquella madre que no podía comprender lo que sucedía. Después de un largo rato en silencio, abandonaron el cementerio.

 

La anciana le dijo a Francisco que se quedara con la cadenita, solo le pidió, por la Virgen del Manchén, que no se olvidara de su hija y que rezara por ella, pues había bajado del cielo a buscarlo.

 

 

Historia de la Tradición Oral de Guatemala, recopilada por el historiador Celso Lara Figueroa.