Soneto de la esposa

Su ser era madera de perfume,

su cabello lacustre, casi lago,

tenía la dulzura de la siembra

y el mágico no ser de ser ahora.

Aldea de milagros campesinos,

aceite fiel de lámpara escondida;

la llama del amor es alma en pena,

y se alimenta en brasa de pesares.

El ruido de su paso no hace falta

ni el eco de su voz, porque perduran,

es su presencia lo que duele a asuencia,

es ella que no es ella sino ella,

el lleno mar de los vacíos limpios

donde Dios se baña día a día.